Al
regresar de la feria con las bolsas de los mandados Sara dejó todo sobre la
mesa de la cocina y prendió la radio, puso la pava para hacerse unos mates y se
quedó pensando en porqué a él, que era tan joven, porqué a él que era tan
bueno, tan trabajador, un chico sano y buena persona, generoso, un chico de
familia, tal vez un poquito mujeriego pero bueno, que querés, con la pinta que
tenía, mi Juliancito, pobrecito, mi vida, mi amor llorando en silencio,
un derrame cerebral, como pudo ser así, explicamelo, porque no me agarró a mí, decía
Sara, y las lágrimas recorrían su rostro y le preguntaba, una vez mas, a Dios,
una y otra vez porqué, porqué tuvo que ser él y no ella. El sonido de pava a
punto de hervir sobre la hornalla la trajo de vuelta a la realidad y Sara se
seca sus lágrimas, se sienta a cebar mates, sola y silenciosa, en la cocina, en
el único lugar iluminado de la casa, en donde parece de noche, aunque afuera
todavía sea de día, pero a Sara no le importa, total ella ya no distingue ni
los días ni las horas, así que le da lo mismo.
Cuando
escuchó el primer llamado eran apenas las dos de la tarde. El sonido telefónico
retumbó en la casa, a tal punto que la alteró un poco. Ella estaba por
acostarse a dormir la siesta, como todos los días, casi un acto reflejo, algo inamovible.
Caminaba en la penumbra de la casa y atravesaba el angosto pasillo que comunica
el hall de entrada con las habitaciones contiguas. Donde a veces se detiene un
instante, es frente a la habitación de Julián, abre la puerta y permanece
inerte, frente a ese espacio vacío, solo ella sabe lo que siente, o cuáles
serán sus recuerdos. Sara permanece inmóvil, como perdida, observando la cama
siempre ordenada, los juguetes con los que jugaba Julián de niño, allí apoyados
sobre la almohada, a veces, incluso, desarma
la cama, cambia las sábanas y la vuelve a armar, como si esperara visitas,
o como si en vez de un santuario para su hijo se tratara de una habitación para
huéspedes, los retratos de los niños permanecen allí, en la pared, hijos,
nietos y sobrinos enmarcadas y exhibidos con orgullosa nostalgia, para evitar
que el olvido arrase con todo definitivamente. El teléfono sonó cuando ella
llegaba al comedor, Sara se detuvo y retrocedió. Luego sonó dos veces más,
hasta que llegó al aparato y el sonido se cortó, resaltando así el profundo silencio
que gobierna en su hogar.
Como
no llegó a atender, esperó un minuto frente al teléfono para ver si volvía a
sonar pero esto no sucedió, Sara se preguntó de quién podría haber sido aquel
llamado y se lamentó por no haber llegado a tiempo, hace mucho que no recibe noticias
de nadie, su familia siempre fue muy poco expresiva, apenas si se saludan para
las fiestas y los cumpleaños, pero en esos últimos días Sara recibió un llamado
de uno de sus sobrinos, el mayor. Ella se alegró con el llamado y estuvieron
hablando más de media hora por teléfono, la noticia le cayó como un balde de
agua fría cuando le contó lo que le había sucedido a Julián, entonces quedaron
en que la visitaría uno de estos fines de semana, querían verse después de
tanto tiempo y ponerse al día con todas las noticias de la familia. Sean buenas
o malas. Por eso, Sara pensó que tal vez podría haber sido su sobrino el del
llamado. Pero el teléfono no volvió a sonar.
Por la
tarde, apenas había almorzado algo, después de tomarse una pava entera de mates
Sara decidió pasar por la feria del barrio para hacer algunas compras, siempre lo
justo y necesario para abastecerse y mantener la alacena completa. Le gustaba
ir a la feria, los sábados, eso también se había transformado en un hábito,
simple y tranquilizador, en una forma más de camuflarse de la cotidianeidad y
así pasar desapercibida en la coreografía de los actos invisibles que conforman
la vida. Darse una vuelta por la feria, comprar las legumbres que usará para el
guiso, llenarse los pulmones con las fragancias de las especias bien frescas,
el orégano, el tomillo y el romero, las verduras en oferta que la señora del
puesto de feria tan amablemente le deja elegir, manoseando una por una todas las
del canasto, Don Horacio, infaltable, detrás de la góndola de los quesos, el
port salut siempre tan fresco, la muzzarella para las pizzas, el religioso
parmesano para las pastas del domingo. Eso también era la vida.
En la
feria se cruzó con Marisa, la vecina de al lado, quien le propuso ir al bingo
aquella noche, pero Sara le dijo que ya no tenía energía para andar saliendo
como antes. Ellas solían hacerlo, antes de que le pase lo que le pasó a Julián,
acostumbraban a reunirse los viernes por la tarde y después de una breve
merienda partían juntas hacia el bingo de Ciudadela, a veces, incluso, se
sumaba alguna de las chicas de la cuadra, Doña Rosa, por ejemplo, que había
quedado viuda hace poco y también la Pocha, que supo tener sus buenas rachas en
la lotería, ahora se juntaban las cuatro amigas para jugar a la ruleta, y
podían pasar allí horas interminables. Sara ganó pocas veces, pero las veces
que lo hizo siempre compró regalos para todos sus nietos.
El
domingo su sobrino cumplió la palabra y fue de visita, llegó con su novia, que
Sara no conocía y con su hermana, a quien sí había visto con más frecuencia por
vivir en barrios vecinos, Sara los recibió en la cocina, ofreció mates y
galletitas y después café y también coca cola, y así pasaron la tarde,
charlando de cosas del pasado, ella elaboró un catálogo de actualizaciones
sobre los distintos miembros de la familia, cuando murió la abuela Miguel se
quedó con las casas de la costa, no sé si
sabías, decía Sara, siempre fue rápido
para los trámites, y ¿Tito sigue en el frigorífico? No, lo echaron, pero se
compró la máquina de hacer chorizos y trabaja desde la casa, el que no anduvo
bien fue Dani, que terminó internado en el manicomio, una desgracia, con lo inteligente que era ese chico, ¿tu madre? ella
anduvo muy mal también, después del accidente se quedó sin trabajo y estuvo
viviendo un tiempo en la calle, yo me enteré tarde, imaginate que no lo hubiera
permitido, de ninguna manera, ella tendrá sus errores pero es mi sobrina,
lástima que siempre haya sido tan orgullosa, pero bueno a mí lo que me terminó
de liquidar fue lo de Julián, eso sí que no pude soportarlo, decía Sara,
resignada, atravesando a su sobrino con la mirada perdida en otra parte. Hasta
que sonó el teléfono y rompió un breve lapso de silencio que se había generado.
Sara,
se reincorporó y lentamente se dirigió hasta donde estaba el aparato telefónico,
caminó lento, con la parsimonia de una persona mayor, aferrándose a los muebles
que se cruzaba en el camino, hablando de espaldas, sin levantar el tono de su
voz, como si estuviera sola, alejándose de a poco hasta llegar al teléfono y
quedarse en silencio por un segundo: ¿Si?,
¿Hola?, ¿Hola? ¡Otra vez! dijo Sara, ¡que
lo parió! Debe ser algún admirador
enamorado de mí que no se anima a hablarme, bromeó mientras volvía y todos
se rieron ¿Pero lo hacen seguido? Preguntó su sobrino sorprendido, claro, ¡todos los días! dijo ella, lo
que pasa es que nunca llego a tiempo a atender, como queres que haga, si tengo
el teléfono en la otra punta de la casa. Claro,
dijo él, ¿cambio el mate tía? deja que yo lo cambio, dijo Sara,
mientras vaciaba el mate en el tacho de basura, para luego agarrar la yerba de
la alacena. ¿Quieren más galletitas? les
ofreció. Tengo de chocolate y limón, pero
no sé si les gusta.
A la
mañana siguiente, Sara amaneció bien temprano, porque era día de pago y tenía
que pasar por el banco a cobrar su jubilación, así que se preparó un desayuno
sencillo, apenas un té con leche con una tostada de pan negro y queso crema,
prendió la radio y escuchó las noticias, mientras bebía su té de a sorbos muy
pequeños, agarrando la taza con las dos manos, sintiendo el vapor de la
infusión sobre su rostro, miró por la ventana que da al patio y vio asomarse un
gato por la medianera, Sara lo echó con un chillido, es el gato del vecino que
le pilla los malvones. En la radio pasaron una canción de Andrea Bocelli y Sara
sonrió, en seguida se olvidó del gato y subió un poquito el volumen, apenas,
como para seguir escuchando mientras iba hasta la habitación, había bajado la
temperatura y buscó un abrigo en el placard, allí estaba, encontró su saquito
tipo cardigan de hilo color verde
agua, antes de ponérselo lo apoyó contra su cara y lo olfateó, le gustaba el
olor a naftalina, la hacía pensar en su infancia lejana, allá en Calabria,
escondida en alguno de los muebles en la casa de sus abuelos, jugando con sus
hermanas. El saquito tiene bolsillos a los costados, en uno suele poner las
llaves y en el otro siempre guarda el monedero. Aunque hoy saldrá con la
cartera, para poder trasladar sin problemas el dinero de la jubilación, que
aunque sea modesta no está nada mal porque a eso se suma también la pensión
jubilatoria proveniente de Italia que cobraba de Aníbal, su difunto esposo. Sara
se pidió un remis, y esperó a que la
pasara a buscar el auto que la llevaría hasta el Banco Provincia. Al llegar a
destino le preguntó al remisero si
podría pasar a buscarla dentro de una hora, mujer
precavida vale por dos, pensó Sara, antes de bajarse del auto.
En la
cola del Banco se la cruzó a Roxana, ella atiende su propio local de productos
de limpieza a la vuelta de su casa, empezó vendiendo detergente y lavandina
sueltos, le llevabas el bidón y ella te lo rellenaba, por un buen precio, bien
barato, y cuando le empezó a ir bien agregó productos y fue agrandando el
negocio, todas las mañanas Sara se la cruzaba de camino a la panadería, siempre
tan trabajadora y buena gente pensaba, a veces, cuando los hijos no iban al
colegio por algún motivo ella los llevaba al local y andaban correteando por
ahí, o los ponía a atender detrás del mostrador, preguntale a la señora qué necesita, les indicaba desde la caja
registradora y los niños obedecían a su madre.
Ahora
se la encuentra en la cola del banco y le ofrece ponerse junto a ella, venga Sara que usted anda con ese reumatismo
en las piernas, póngase adelante mío, le dijo y Sara aceptó aunque con un
poco de vergüenza, se movió sigilosa entre las miradas acusadoras del resto de
las jubiladas que son capaces de agarrarse a bastonazos en una situación como
esa, pero Sara sonrió con timidez, pidió permiso y salió ilesa. Charlaron un
poco de las cosas cotidianas, Sara le preguntó cómo andaba el negocio y también
le contó que había recibido la visita de sus sobrinos, que el más grande estaba
de novio con una muchacha muy linda, que parece que ella también era de familia
italiana y que habían quedado en volver juntarse un domingo a comer las pastas.
Roxana le preguntó por cortesía cómo estaba ella, como venía llevando lo de Juli,
pero Sara solo atinó a bajar la vista y decirle que bueno, mejor, que la venía
llevando como podía, la verdad es que todavía le costaba tocar el tema. Después
le llegó el turno de pasar por ventanilla, así que Roxana se despidió y
quedaron en juntarse alguna tarde a tomar unos mates.
Para
cuando terminó el trámite, el auto estaba esperando a Sara en la puerta del
banco, justo como lo había planificado, así que volvió de regreso a su hogar
hablando con el remisero de lo linda
que estaba la mañana, aunque empiece a hacer un poquito de frío a la luz del
sol todavía se puede disfrutar dijo ella, y bajó un poquito el vidrio de la
ventanilla, dejando que el viento le pegue un poco en la frente, cerró los ojos
y pensó en el mar, cuánto tiempo había pasado desde la última vez que estuvo en
mar, y pensar que Miguelito se quedó con las casas de su hermana, que
atorrante. Pero mejor no hacerse mala sangre con las cosas materiales, lo
importante son los afectos, pensó Sara y le indicó al chofer que doblara en la
cortada de altolaguirre así pasaba por la quiniela que tenía un numerito dando
vueltas en la cabeza desde temprano.
Siempre
le llamó atención la mente humana, como la cabeza retiene tan nítido algunas cosas y de otras no se puede tener ni
el menor registro, y justo anoche se lo soñó a Juliancito, Sara no pudo volver
a dormirse después de eso, la sensación de su presencia había sido tan vívida,
tan latente, que todavía podía sentirla, él le decía tranquila mamá, yo voy a estar bien, y ella le preguntaba por qué te fuiste mi amor, por qué te fuiste,
así, sin despedirte. Se despertó llorando y todavía no eran las seis de la
mañana así que ahora no iba a dejar de pasar por la quiniela y Alberto que al
verla entrar al local la saluda de buen ánimo, como anda Doña Sarita tanto tiempo y ella le dice que bien, por
suerte volviendo a hacer los trámites y con ganas de jugar un numerito, le
contesta, así que póngame cincuenta pesos al 48, il morto qui parla, le dice al hombre detrás de la ventanilla y
Alberto que hace una suerte de gesto de comprensión con su cabeza y anota,
levanta la vista y le dice, todo pasa
Sarita, ¿algo más? ella le sonríe
y se queda mirando el listado de los sueños que tiene pegado de frente en la
pared y lee: 52 Madre e hijo. También póngame otros cincuenta pesitos al 52 le
dice, nacional y provincia, Alberto
anota y ya sabe lo que soñó Sara la noche anterior y la saluda de nuevo, gracias, cuidesé, le dice, que tenga
mucha suerte y Sara sale del local, sin saber bien por qué, un poco más
contenta, con la boleta en la mano.
Al
llegar a su casa sintió sonar el teléfono de nuevo, esta vez desde afuera,
mientras colocaba las llaves en la puerta, así que se apuró a abrir para ver si
ahora llegaba a atender el bendito llamado, y así fue, escuchó una voz
desconocida del otro lado, ¿Hola? si ¿Quién habla? dijo Sara confundida por los
gritos que se oyeron del otro lado de la línea, también había un llanto,
alguien llorando desconsoladamente y una voz rasposa que agresivamente daba
órdenes y decía, callate pendejo porque
te mato y luego explicaba lo peor: lo
tenemos secuestrado, a Sara primero le pareció entender que a su hijo, ¿secuestraron a mi hijo? dijo Sara,
confundida y asustada después le dijeron a su sobrino, no le hagan nada por
favor se los pido, Sara empezó a rogarles que por favor, que le digan lo que
querían pero que no lo lastimen, Sara les confesó, llorando, que ya no le
quedaban más fuerzas para perder a nadie más de la familia, por favor, se los pido por favor, Sara obedeció las
órdenes y puso los ahorros de toda una vida adentro de una caja de zapatos, a
eso le sumó las joyas y la jubilación entera que había cobrado esa misma mañana
y las sacó a la vereda, las puso justo donde le dijeron los secuestradores por
teléfono, encima del canasto de la basura, le avisaron que iban a pasar a
retirar el paquete en los próximos quince minutos y que si se le ocurría llamar
a la policía su sobrino moriría, así se lo dijeron, lo liquidamos Doña. Sara se quedó mirando por la mirilla de la
puerta de su casa hacia afuera, y vio como frenaba un coche negro con los
vidrios polarizados y alguien se bajaba a retirar el paquete, ella temblaba
detrás de la puerta, atenta a los movimientos y apenas el auto arrancó, Sara
levantó el teléfono para llamar a su sobrino, no vaya a ser cosa que estos
mafiosos lo hayan lastimado.