Tengo un sueño recurrente: Viajo en un
tren sin pasajeros y no tengo conciencia de mi destino final.
Dentro del vagón el calor es intenso, insoportable. Asomo la cabeza por la
ventanilla: el aire es tibio y las hojas de los árboles, violáceas. De pronto sube
una mujer y se sienta delante de mí. Solo puedo verla de espaldas pero creo
reconocerla. Cuando me acerco para saludarla veo su rostro y es espantoso. No
es quien yo creía, sino una horrible anciana que me mira con ojos negros y
comienza a reírse. Tengo miedo. Despierto con un sobresalto, son las ocho de la
mañana y me espera una entrevista laboral.
Abro la llave de la ducha. El agua me
quema, tardo demasiado en conseguir la temperatura ideal. La sensación de
angustia disminuye. El inconsciente es un territorio misterioso que se alivia
con un poco de jabón. Pienso en Sofía y en las posibles formas que puede
adoptar la locura. Pienso en Sofía y en sus delirios esotéricos, en su afición
al tarot, y de pronto, el rostro fantasmal de la horrible anciana, todo se
mezcla en mi cabeza. Aquel aprendizaje del horóscopo maya y el azteca, las
Runas, y el I Ching coincidieron con nuestro declive amoroso y posterior
separación. Cuando la realidad adopta el clima de una conspiración fundada en
la magia negra nada puede ser casual.
Alucino una marea de sospechas,
desconfianza y emboscadas. Mientras me visto, contemplo la posibilidad de
cancelar la entrevista, pero mis argumentos resultan inverosímiles hasta para
mí. Salgo hacia la cita. Al llegar me recibe un hombre de barba candado vestido
de negro, traje y corbata que me resulta sospechoso. Me ofrece llenar una
planilla que pregunta: nombre, edad, lugar de procedencia, posibles conocidos
dentro de la empresa. Mi ataque paranoico me conduce a inventar una nueva
identidad. Salgo de la entrevista sin saber bien que hacer. Camino sin un rumbo
preciso. Si la llamo a Sofía y le cuento lo que me pasa tal vez se asuste y
piense que enloquecí, me recomendaría terapia y esta vez con
fundamentos más sólidos que las veces anteriores. O tal vez solo se ría un
poco. O tal vez yo podría tomar el coraje y decirle volvé que te extraño y ella
no responda y opte por colgar el teléfono. No estoy seguro. Necesito calmarme.
Sentarme y pensar.
Entro en un bar. El aroma a café me
tranquiliza, sobre las mesas, pequeños fanales con velas rojas, ofrecen un aire
de santuario. En una de las mesas del fondo una solitaria anciana con un
pañuelo en su cabeza, en otra mesa, una pareja sonríe frente a coloridos
licuados. Un espejo reproduce la escena para los transeúntes que observan hacia
adentro al pasar por la vereda. Veo un cartel:Cafeomancia, lectura de la
borra del café, "consultar aquí". Le pregunto a la camarera y me
señala a la anciana del fondo. Tenés que hablar con la gitana, me
dice. Veo a la anciana levantar su mirada del libro, como si hubiera oído mi
pensamiento, mira hacia mí y hace un gesto afirmativo con la cabeza. Toda la
curiosidad se transforma en adrenalina, algo parecido al miedo. Me acerco, sentate
acá hijo. Veo sus ojos negros y recuerdo el sueño.
Me da las indicaciones: no hace falta
tener fe, voy a beber el café de a pequeños sorbos. voy a pensar en eso
que no me deja dormir. Le hace una seña al mozo y me traen un pocillo de café
de un pálido sabor anisado. Bebo despacio. Al terminarlo le acerco el pocillo.
La gitana lo observa en silencio, los minutos parecen eternos y cuando menos lo
espero, lo gira de golpe contra el plato. Entonces vuelve a mirarme y me clava
sus ojos negros.
Habla de un camino largo y difícil, pero correcto. Habla de construir algo sólido. Me da buenos presagios a corto plazo. Tenés que confiar más en vos. No comprendo demasiado de qué habla pero dice que tuve suerte en llegar hasta acá y me pide una colaboración a consciencia. Hay que aprender a dar para poder recibir, así es el universo, hijo. Meto la mano en el bolsillo y saco mis últimos veinte pesos. Alejate de la locura de esa mujer. No me atrevo a preguntarle nada entonces nos despedimos y salgo del bar. Vuelvo a mirar el celular, pero esta vez, busco el nombre de Sofía y lo elimino. Las palabras de la gitana me llevan a comprender que no existe peor conspiración que la que uno mismo puede llegar a procurarse y entre cavilaciones elijo regresar caminando a casa.
Habla de un camino largo y difícil, pero correcto. Habla de construir algo sólido. Me da buenos presagios a corto plazo. Tenés que confiar más en vos. No comprendo demasiado de qué habla pero dice que tuve suerte en llegar hasta acá y me pide una colaboración a consciencia. Hay que aprender a dar para poder recibir, así es el universo, hijo. Meto la mano en el bolsillo y saco mis últimos veinte pesos. Alejate de la locura de esa mujer. No me atrevo a preguntarle nada entonces nos despedimos y salgo del bar. Vuelvo a mirar el celular, pero esta vez, busco el nombre de Sofía y lo elimino. Las palabras de la gitana me llevan a comprender que no existe peor conspiración que la que uno mismo puede llegar a procurarse y entre cavilaciones elijo regresar caminando a casa.
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