La situación comienza con media botella
de Jameson un martes a las seis de la tarde. Todo empeora cuando te
llega un audio preguntando en que andás. Le decís, sin saber realmente bien de quien
se trata, que nada, que estabas tomando un “wisconsin” y escuchando un poco de música. Él te contesta que tiene invitaciones V.I.P para ir a un concierto
privado. Todo te resulta mucho más confuso cuando advertís que el mensaje te lo
manda Tomy, dealer en sus ratos libres, con quien, sorpresivamente, has ido solventando un
efímero vínculo lubricado por algunas borracheras ocasionales basado en largas
noches de conversaciones fundadas sobre la mismísima nada. Te dice que no sabía
con quien ir y que se acordó de vos, las invitaciones a él se las dio el dueño
del bar, quien cumple años y aparentemente lo festeja, luego del concierto, a
puertas cerradas.
Le preguntás quién toca y no sabe
decirte, pero te aclara que es uno de esos que te gusta a vos. Te dice de
encontrarse a las ocho en la esquina del lugar, así van juntos porque el tiene
las invitaciones. Al mirar el reloj son las seis y media, te ajusta el horario
pero la verdad que después de unas cuantas medidas de whisky las
probabilidades aumentan, no tenés nada mucho mejor que hacer y te genera bastante
curiosidad saber de quién se trata. No
hay dudas y le das el ok, a las ocho ahí. Una buena ducha, ropa limpia, llenar
la petaca con lo que queda y salir a la aventura.
Bajás a la estación y ves llegar el
subte, no hay moros en la costa y saltás el molinete, las automáticas puertas
del subterráneo se abren y se cierran tras el clásico pitido; hay un asiento
vacío esperándote, tomas asiento y el frío de la petaca en tu mano te induce a
un trago que te quema la garganta suavemente. Nada puede salir mal ¿O sí? mejor
no apresurarse. A medida que las estaciones avanzan recordás una de esas frases
que Tomy suele sacar de la galera: “Vos tenés que ser el que todos esperan
pero el que nadie conoce”. A vos te había sonado como un epitafio, una punzada
en el aire, cuando la escuchaste tuviste la certeza de que efectivamente se
puede aprender algo de todos y cada uno de los habitantes de esta jungla.
Al llegar, el panorama no podría ser
mejor, Tomy te está esperando, apretón de manos y las entradas ya están en tu
poder, esbozas una sonrisa cómplice y lo escuchás decir, “acompañame”, al
entrar se escucha música de fondo y te resulta conocida, “están terminando de
probar sonido”, te asomás para escuchar mejor y comprobás que, efectivamente,
se trata de uno de esos que te gusta, el señor Willy Crook está ajustando los
detalles de sonido junto a sus aliados de siempre, los “Funky Torinos”. En ese
momento te acercás a la barra a pedir una cerveza y advertís el milagro, barra
gratis, buena música en vivo. A veces el universo conspira a nuestro favor, y
no nos queda mas que saber disfrutar y aprovechar el instante mágico.
Ahora lo ves a Tomy alejarse, dejando
en el aire una promesa “ahora vuelvo” y te quedás mirando la barra, el lugar es
cálido, buena iluminación, hay buen clima en general, van llegando algunos
invitados que aparentan ser amigos de la casa, el barman los saluda con
confianza, te miran y te saludan amigablemente y justo lo ves pasar a Willy, a
quien saludás con un gesto afirmativo con la cabeza, él se detiene
automáticamente y te extiende la mano, el apretón de manos sirve de preámbulo
para el garroneo: “Convidame un trago que tengo la garganta seca” le pasás la
pinta, fresca, reluciente, recién servida, a lo que Willy agrega “¿A ver cómo
te salió?” y se manda de un trago media pinta. Cuando le comentás que hay barra
libre sus ojos se iluminan y cuando estás por agregar algún otro comentario, él
ya está acodado sobre la barra haciéndole chistes al bartender, eso te remite
automáticamente a muchos años atrás, cuando por distintas circunstancias
conociste al artista en reiteradas ocasiones, que por supuesto, él no recuerda.
Willy Crook, un sujeto al cual el
mismísimo Enrique Symms definió como capaz de pasar semanas sin dormir,
batiendo incluso su propio récord, lo que se dice un tipo duro, que vivió los
intensos años ochenta desde adentro y sobrevivió para contarlo, dejando su
sello en algunos de los discos fundamentales del rock nacional, tal es el caso
de Oktubre, de los Redonditos de Ricota o incluso llegó a formar parte de una
de las últimas formaciones de los legendarios Abuelos de la Nada. Un artista
pionero en lo suyo, que en los noventa formó los “Funky Torinos” agrupando a
varios de los mejores músicos de la escena porteña y definió su propio estilo
con elegancia, hasta llegar a tocar de telonero de James Brown en su visita al
país, cuenta la leyenda que cuando “Mr. Dynamite” se lo cruzó, tras bambalinas,
elogió su vestimenta. Si eso no es tener estilo ¿Qué es?
Ahora el lugar empieza a llenarse de
gente coqueta y lo ves volver a Tomy acompañado, te presenta a tipo con
aspecto de empresario exitoso diciendo que es el dueño del lugar y lo felicitás
por su cumpleaños, el sujeto se aleja inmediatamente atraído por un grupo de
señoritas que lo saludan desde lejos, entre sonrisas, podés sentir el fragor de
las noches de Palermo, ese extraño mundo compuesto por una insólita fauna en la
que todos aparentan ser amigos y son completos desconocidos, comerciantes de la
noche, seres que negociarían su alma a cambio de un poco más, mujeres
perfumadas de piel suave, sujetos musculosos, muchachotes tatuados y con mucho
dinero, taxidermistas de su propia miseria humana, sabés que sos un forastero
infiltrado en ese circo, pero esa sensación, por el momento hasta te agrada un
poco. ¿Qué pensás Tano? te dice Tomy y te trae de vuelta a la realidad. Sabés
que estás dispuesto a tirar una bomba de humo en cualquier momento, pero no te
apresurás, para eso hay tiempo, hay que saber retirarse como un caballero, y
eso es algo que justamente Willy te enseñó casi sin quererlo.
¿De qué te reías? Te interpela de nuevo Tomy,
y a cambio le ofrecés la historia de cuándo lo conociste a Willy, un verdadero
gladiador de la noche, le contás que en aquel momento vos trabajabas de mesero
en un bar de Palermo que él solía frecuentar, aquél lugar se llamaba “El viejo
indecente” en homenaje al viejo Bukowsky, uno de los dueños, lector aficionado
del poeta norteamericano era, o decía ser, amigo de Willy, con lo cual, el
músico frecuentaba el bar muy a menudo. Una noche, se celebraba alguna suerte
de mitin privado y allí estaba él, haciendo estragos en la barra y cotejando a
una admiradora que celebraba su cumpleaños en una mesa con amigos, Willy iba y
venía de la barra a la mesa y viceversa, con el transcurso de los cocteles la
cosa empezó a ponerse más y más incómoda no solo para la cumpleañera, sino
también para el dueño del bar y en menor medida, para quienes estábamos allí
tratando de hacer nuestro trabajo.
¿Y
qué pasó? te pregunta Tomy que de repente parece haberse interesado en la
historia, entonces le contás que el dueño no tuvo mejor idea que decirnos que
cerremos el bar con las pocas mesas que quedaban adentro pero con Willy del
lado de afuera, quien al principio persiguió a las corridas a su supuesto amigo
por todo el bar para propinarle una golpiza y en un momento determinado pusimos
los cerramientos dejando al músico del lado de afuera. En ese momento todos
pensamos que el episodio había terminado, se escucharon unos pocos insultos y luego
un lapso de silencio que resultó eterno por el contraste con lo que estaba por
suceder: Willy había ido a buscar su auto e incrustó la trompa del Torino
contra la puerta del bar, quebrando los cerramiento y abriendo de prepo las
puertas del establecimiento. Se bajó de su auto e ingresó, diciendo que no se
retiraría de allí sin antes saludar a la dama, se quitó su pañuelo de seda y se
lo ofreció a la muchacha a modo de obsequio. Porque así se retiran los
caballeros, dijo, se subió a su Torino y partió hacia la noche infinita.
¿Ese es Willy? Te pregunta Tomy
señalando al otro guitarrista, y le explicás que no, que lo va a identificar
apenas llegue y en eso aparece en escena, se calza su saxo, cuenta hasta tres y
comienza el concierto. ¡Ese es! Exclama tu compañero con sorpresa, le respondés
que si, que claro es él. Y lo ves reírse, ¿Por qué te reís? Porque recién me lo
encontré en el baño, dice, y te guiña un ojo. Así son los caballeros de la
noche: siempre saben en que momento retirarse.