miércoles, 15 de abril de 2020

Llamadas Perdidas



Al regresar de la feria con las bolsas de los mandados Sara dejó todo sobre la mesa de la cocina y prendió la radio, puso la pava para hacerse unos mates y se quedó pensando en porqué a él, que era tan joven, porqué a él que era tan bueno, tan trabajador, un chico sano y buena persona, generoso, un chico de familia, tal vez un poquito mujeriego pero bueno, que querés, con la pinta que tenía, mi Juliancito, pobrecito, mi vida, mi amor llorando en silencio, un derrame cerebral, como pudo ser así, explicamelo, porque no me agarró a mí, decía Sara, y las lágrimas recorrían su rostro y le preguntaba, una vez mas, a Dios, una y otra vez porqué, porqué tuvo que ser él y no ella. El sonido de pava a punto de hervir sobre la hornalla la trajo de vuelta a la realidad y Sara se seca sus lágrimas, se sienta a cebar mates, sola y silenciosa, en la cocina, en el único lugar iluminado de la casa, en donde parece de noche, aunque afuera todavía sea de día, pero a Sara no le importa, total ella ya no distingue ni los días ni las horas, así que le da lo mismo.

Cuando escuchó el primer llamado eran apenas las dos de la tarde. El sonido telefónico retumbó en la casa, a tal punto que la alteró un poco. Ella estaba por acostarse a dormir la siesta, como todos los días, casi un acto reflejo, algo inamovible. Caminaba en la penumbra de la casa y atravesaba el angosto pasillo que comunica el hall de entrada con las habitaciones contiguas. Donde a veces se detiene un instante, es frente a la habitación de Julián, abre la puerta y permanece inerte, frente a ese espacio vacío, solo ella sabe lo que siente, o cuáles serán sus recuerdos. Sara permanece inmóvil, como perdida, observando la cama siempre ordenada, los juguetes con los que jugaba Julián de niño, allí apoyados sobre la almohada, a veces, incluso, desarma  la cama, cambia las sábanas y la vuelve a armar, como si esperara visitas, o como si en vez de un santuario para su hijo se tratara de una habitación para huéspedes, los retratos de los niños permanecen allí, en la pared, hijos, nietos y sobrinos enmarcadas y exhibidos con orgullosa nostalgia, para evitar que el olvido arrase con todo definitivamente. El teléfono sonó cuando ella llegaba al comedor, Sara se detuvo y retrocedió. Luego sonó dos veces más, hasta que llegó al aparato y el sonido se cortó, resaltando así el profundo silencio que gobierna en su hogar.

Como no llegó a atender, esperó un minuto frente al teléfono para ver si volvía a sonar pero esto no sucedió, Sara se preguntó de quién podría haber sido aquel llamado y se lamentó por no haber llegado a tiempo, hace mucho que no recibe noticias de nadie, su familia siempre fue muy poco expresiva, apenas si se saludan para las fiestas y los cumpleaños, pero en esos últimos días Sara recibió un llamado de uno de sus sobrinos, el mayor. Ella se alegró con el llamado y estuvieron hablando más de media hora por teléfono, la noticia le cayó como un balde de agua fría cuando le contó lo que le había sucedido a Julián, entonces quedaron en que la visitaría uno de estos fines de semana, querían verse después de tanto tiempo y ponerse al día con todas las noticias de la familia. Sean buenas o malas. Por eso, Sara pensó que tal vez podría haber sido su sobrino el del llamado. Pero el teléfono no volvió a sonar.

Por la tarde, apenas había almorzado algo, después de tomarse una pava entera de mates Sara decidió pasar por la feria del barrio para hacer algunas compras, siempre lo justo y necesario para abastecerse y mantener la alacena completa. Le gustaba ir a la feria, los sábados, eso también se había transformado en un hábito, simple y tranquilizador, en una forma más de camuflarse de la cotidianeidad y así pasar desapercibida en la coreografía de los actos invisibles que conforman la vida. Darse una vuelta por la feria, comprar las legumbres que usará para el guiso, llenarse los pulmones con las fragancias de las especias bien frescas, el orégano, el tomillo y el romero, las verduras en oferta que la señora del puesto de feria tan amablemente le deja elegir, manoseando una por una todas las del canasto, Don Horacio, infaltable, detrás de la góndola de los quesos, el port salut siempre tan fresco, la muzzarella para las pizzas, el religioso parmesano para las pastas del domingo. Eso también era la vida.

En la feria se cruzó con Marisa, la vecina de al lado, quien le propuso ir al bingo aquella noche, pero Sara le dijo que ya no tenía energía para andar saliendo como antes. Ellas solían hacerlo, antes de que le pase lo que le pasó a Julián, acostumbraban a reunirse los viernes por la tarde y después de una breve merienda partían juntas hacia el bingo de Ciudadela, a veces, incluso, se sumaba alguna de las chicas de la cuadra, Doña Rosa, por ejemplo, que había quedado viuda hace poco y también la Pocha, que supo tener sus buenas rachas en la lotería, ahora se juntaban las cuatro amigas para jugar a la ruleta, y podían pasar allí horas interminables. Sara ganó pocas veces, pero las veces que lo hizo siempre compró regalos para todos sus nietos.

El domingo su sobrino cumplió la palabra y fue de visita, llegó con su novia, que Sara no conocía y con su hermana, a quien sí había visto con más frecuencia por vivir en barrios vecinos, Sara los recibió en la cocina, ofreció mates y galletitas y después café y también coca cola, y así pasaron la tarde, charlando de cosas del pasado, ella elaboró un catálogo de actualizaciones sobre los distintos miembros de la familia, cuando murió la abuela Miguel se quedó con las casas de la costa, no sé si sabías, decía Sara, siempre fue rápido para los trámites, y ¿Tito sigue en el frigorífico? No, lo echaron, pero se compró la máquina de hacer chorizos y trabaja desde la casa, el que no anduvo bien fue Dani, que terminó internado en el manicomio, una desgracia, con lo inteligente que era ese chico, ¿tu madre? ella anduvo muy mal también, después del accidente se quedó sin trabajo y estuvo viviendo un tiempo en la calle, yo me enteré tarde, imaginate que no lo hubiera permitido, de ninguna manera, ella tendrá sus errores pero es mi sobrina, lástima que siempre haya sido tan orgullosa, pero bueno a mí lo que me terminó de liquidar fue lo de Julián, eso sí que no pude soportarlo, decía Sara, resignada, atravesando a su sobrino con la mirada perdida en otra parte. Hasta que sonó el teléfono y rompió un breve lapso de silencio que se había generado.

Sara, se reincorporó y lentamente se dirigió hasta donde estaba el aparato telefónico, caminó lento, con la parsimonia de una persona mayor, aferrándose a los muebles que se cruzaba en el camino, hablando de espaldas, sin levantar el tono de su voz, como si estuviera sola, alejándose de a poco hasta llegar al teléfono y quedarse en silencio por un segundo: ¿Si?, ¿Hola?, ¿Hola? ¡Otra vez! dijo Sara, ¡que lo parió! Debe ser algún admirador enamorado de mí que no se anima a hablarme, bromeó mientras volvía y todos se rieron ¿Pero lo hacen seguido? Preguntó su sobrino sorprendido, claro, ¡todos los días! dijo ella, lo que pasa es que nunca llego a tiempo a atender, como queres que haga, si tengo el teléfono en la otra punta de la casa. Claro, dijo él, ¿cambio el mate tía? deja que yo lo cambio, dijo Sara, mientras vaciaba el mate en el tacho de basura, para luego agarrar la yerba de la alacena. ¿Quieren más galletitas? les ofreció. Tengo de chocolate y limón, pero no sé si les gusta.

A la mañana siguiente, Sara amaneció bien temprano, porque era día de pago y tenía que pasar por el banco a cobrar su jubilación, así que se preparó un desayuno sencillo, apenas un té con leche con una tostada de pan negro y queso crema, prendió la radio y escuchó las noticias, mientras bebía su té de a sorbos muy pequeños, agarrando la taza con las dos manos, sintiendo el vapor de la infusión sobre su rostro, miró por la ventana que da al patio y vio asomarse un gato por la medianera, Sara lo echó con un chillido, es el gato del vecino que le pilla los malvones. En la radio pasaron una canción de Andrea Bocelli y Sara sonrió, en seguida se olvidó del gato y subió un poquito el volumen, apenas, como para seguir escuchando mientras iba hasta la habitación, había bajado la temperatura y buscó un abrigo en el placard, allí estaba, encontró su saquito tipo cardigan de hilo color verde agua, antes de ponérselo lo apoyó contra su cara y lo olfateó, le gustaba el olor a naftalina, la hacía pensar en su infancia lejana, allá en Calabria, escondida en alguno de los muebles en la casa de sus abuelos, jugando con sus hermanas. El saquito tiene bolsillos a los costados, en uno suele poner las llaves y en el otro siempre guarda el monedero. Aunque hoy saldrá con la cartera, para poder trasladar sin problemas el dinero de la jubilación, que aunque sea modesta no está nada mal porque a eso se suma también la pensión jubilatoria proveniente de Italia que cobraba de Aníbal, su difunto esposo. Sara se pidió un remis, y esperó a que la pasara a buscar el auto que la llevaría hasta el Banco Provincia. Al llegar a destino le preguntó al remisero si podría pasar a buscarla dentro de una hora, mujer precavida vale por dos, pensó Sara, antes de bajarse del auto.

En la cola del Banco se la cruzó a Roxana, ella atiende su propio local de productos de limpieza a la vuelta de su casa, empezó vendiendo detergente y lavandina sueltos, le llevabas el bidón y ella te lo rellenaba, por un buen precio, bien barato, y cuando le empezó a ir bien agregó productos y fue agrandando el negocio, todas las mañanas Sara se la cruzaba de camino a la panadería, siempre tan trabajadora y buena gente pensaba, a veces, cuando los hijos no iban al colegio por algún motivo ella los llevaba al local y andaban correteando por ahí, o los ponía a atender detrás del mostrador, preguntale a la señora qué necesita, les indicaba desde la caja registradora y los niños obedecían a su madre.

Ahora se la encuentra en la cola del banco y le ofrece ponerse junto a ella, venga Sara que usted anda con ese reumatismo en las piernas, póngase adelante mío, le dijo y Sara aceptó aunque con un poco de vergüenza, se movió sigilosa entre las miradas acusadoras del resto de las jubiladas que son capaces de agarrarse a bastonazos en una situación como esa, pero Sara sonrió con timidez, pidió permiso y salió ilesa. Charlaron un poco de las cosas cotidianas, Sara le preguntó cómo andaba el negocio y también le contó que había recibido la visita de sus sobrinos, que el más grande estaba de novio con una muchacha muy linda, que parece que ella también era de familia italiana y que habían quedado en volver juntarse un domingo a comer las pastas. Roxana le preguntó por cortesía cómo estaba ella, como venía llevando lo de Juli, pero Sara solo atinó a bajar la vista y decirle que bueno, mejor, que la venía llevando como podía, la verdad es que todavía le costaba tocar el tema. Después le llegó el turno de pasar por ventanilla, así que Roxana se despidió y quedaron en juntarse alguna tarde a tomar unos mates.

Para cuando terminó el trámite, el auto estaba esperando a Sara en la puerta del banco, justo como lo había planificado, así que volvió de regreso a su hogar hablando con el remisero de lo linda que estaba la mañana, aunque empiece a hacer un poquito de frío a la luz del sol todavía se puede disfrutar dijo ella, y bajó un poquito el vidrio de la ventanilla, dejando que el viento le pegue un poco en la frente, cerró los ojos y pensó en el mar, cuánto tiempo había pasado desde la última vez que estuvo en mar, y pensar que Miguelito se quedó con las casas de su hermana, que atorrante. Pero mejor no hacerse mala sangre con las cosas materiales, lo importante son los afectos, pensó Sara y le indicó al chofer que doblara en la cortada de altolaguirre así pasaba por la quiniela que tenía un numerito dando vueltas en la cabeza desde temprano.

Siempre le llamó atención la mente humana, como la cabeza retiene tan nítido  algunas cosas y de otras no se puede tener ni el menor registro, y justo anoche se lo soñó a Juliancito, Sara no pudo volver a dormirse después de eso, la sensación de su presencia había sido tan vívida, tan latente, que todavía podía sentirla, él le decía tranquila mamá, yo voy a estar bien, y ella le preguntaba por qué te fuiste mi amor, por qué te fuiste, así, sin despedirte. Se despertó llorando y todavía no eran las seis de la mañana así que ahora no iba a dejar de pasar por la quiniela y Alberto que al verla entrar al local la saluda de buen ánimo, como anda Doña Sarita tanto tiempo y ella le dice que bien, por suerte volviendo a hacer los trámites y con ganas de jugar un numerito, le contesta, así que póngame cincuenta pesos al 48, il morto qui parla, le dice al hombre detrás de la ventanilla y Alberto que hace una suerte de gesto de comprensión con su cabeza y anota, levanta la vista y le dice, todo pasa Sarita, ¿algo más? ella le sonríe y se queda mirando el listado de los sueños que tiene pegado de frente en la pared y lee: 52 Madre e hijo. También póngame otros cincuenta pesitos al 52 le dice, nacional y provincia, Alberto anota y ya sabe lo que soñó Sara la noche anterior y la saluda de nuevo, gracias, cuidesé, le dice, que tenga mucha suerte y Sara sale del local, sin saber bien por qué, un poco más contenta, con la boleta en la mano.


Al llegar a su casa sintió sonar el teléfono de nuevo, esta vez desde afuera, mientras colocaba las llaves en la puerta, así que se apuró a abrir para ver si ahora llegaba a atender el bendito llamado, y así fue, escuchó una voz desconocida del otro lado, ¿Hola? si ¿Quién habla? dijo Sara confundida por los gritos que se oyeron del otro lado de la línea, también había un llanto, alguien llorando desconsoladamente y una voz rasposa que agresivamente daba órdenes y decía, callate pendejo porque te mato y luego explicaba lo peor: lo tenemos secuestrado, a Sara primero le pareció entender que a su hijo, ¿secuestraron a mi hijo? dijo Sara, confundida y asustada después le dijeron a su sobrino, no le hagan nada por favor se los pido, Sara empezó a rogarles que por favor, que le digan lo que querían pero que no lo lastimen, Sara les confesó, llorando, que ya no le quedaban más fuerzas para perder a nadie más de la familia, por favor, se los pido por favor, Sara obedeció las órdenes y puso los ahorros de toda una vida adentro de una caja de zapatos, a eso le sumó las joyas y la jubilación entera que había cobrado esa misma mañana y las sacó a la vereda, las puso justo donde le dijeron los secuestradores por teléfono, encima del canasto de la basura, le avisaron que iban a pasar a retirar el paquete en los próximos quince minutos y que si se le ocurría llamar a la policía su sobrino moriría, así se lo dijeron, lo liquidamos Doña. Sara se quedó mirando por la mirilla de la puerta de su casa hacia afuera, y vio como frenaba un coche negro con los vidrios polarizados y alguien se bajaba a retirar el paquete, ella temblaba detrás de la puerta, atenta a los movimientos y apenas el auto arrancó, Sara levantó el teléfono para llamar a su sobrino, no vaya a ser cosa que estos mafiosos lo hayan lastimado.